por Rita Leiva
Con singular belleza se erige, desde octubre de 1897, en el corazón de la capital. Su arquitectura lo distingue de las vecinas edificaciones y remite a una época de anhelos de grandeza, arte y urbanismo.
Durante 119 años, sus muros han visto transitar a ciudadanos de ayer y hoy, quienes tradicionalmente y con justa razón han asociado el nombre del Teatro Nacional de Costa Rica a la provincia de San José. Pero detrás de esa fachada hermosa se esconde un pedacito de Cartago, que se cuela por muros y pasillos para dar aporte vital tanto a la estructura como a la estética de esta icónica joya costarricense. En sus entrañas, el teatro tendrá por siempre impregnado el nombre de un cartaginés: el joven ingeniero Nicolás Chavarría, quien fuera la cabeza de la Dirección General de Obras Públicas de 1890 a 1894. Esta entidad, explica el historiador del arte Leonardo Santamaría, era la encargada de la particular empresa. Fue entonces bajo la dirección del cartaginés formado en Bélgica que se elaboraron los planos de este edificio magistral. El ingeniero de la antigua metrópoli dirigió las obras hasta 1894, tres años antes de que la pieza arquitectónica deslumbrara en todo su esplendor. No obstante, Santamaría reconoce su contribución, “quizás con un peso más intelectual”, en el diseño de sus colegas Guillermo Reitz y Leon Tessier. Una parte de Cartago se encuentra, así, en las bases mismas del teatro, pero la provincia tendría presencia más allá de ese aporte intangible. Lista la propuesta ingenieril, los obreros la harían visible, poco a poco, ante las miradas de antaño. |
Aunque muchos de los materiales utilizados en ese proceso llegaron de Europa, piedra y granito extraídos de Cartago sirvieron de insumos para levantar las paredes del majestuoso inmueble.
Así da cuenta la historiadora Astrid Fischel en “El Teatro Nacional de Costa Rica: Su historia”. Mientras que una revisión de documentos antiguos revela el nombre de Santiago Castillo, uno de los canteros cartagineses que se postularon como oferentes de materia prima. Con papel y pluma responde al anuncio licitatorio del Diario Oficial del 4 de julio de 1891. “Ofrezco hacer y entregar todo el material conforme lo indican las condiciones esperadas en la licitación. Todo por valor de cuatro mil quinientos pesos”, reza el documento del 8 de julio de ese año. Aquel material que brotó de suelo cartaginés se convirtió en el revestimiento que se aprecia en el exterior de toda la estructura, acota Lucía Arce Ovares, historiadora del Teatro Nacional de Costa Rica. Nueve años después de su inauguración, en 1906, cuando Ruy Cristoforo Molinari lo dirigía, Cartago nuevamente ingresa en el teatro para dejar huella, pero de manera distinta. Cuenta Arce que Los Héroes de la Miseria, escultura del cartaginés Juan Ramón Bonilla, se convierte en la única obra de arte de autoría costarricense que, a la fecha, se encuentra en el interior del inmueble. Esculpida hace más de 100 años, la imagen en mármol de una humilde madre con su hijo en brazos recibe a los visitantes en el vestíbulo y, con su innegable riqueza plástica, constituye un recordatorio constante para todos ellos de que Cartago está en el Teatro. |
En diciembre de 1891, a once meses de iniciadas las obras, el cartaginés Pio Lazzari plantea su oferta para materiales
según los lineamientos de la licitación pública.
según los lineamientos de la licitación pública.