por Rita Leiva
Compromiso, servicio… ¡Voluntad! Características son, todas, propias de un león. “Nosotros pagamos para servir”, dice Carmen Ureña. Y es cierto. Cada año cumplen, gustosos, con la cuota para ser parte del Club de Leones de El Guarco, ventana de asistencia que escucha y alivia el peso de algunas necesidades. Sonrisa y satisfacción. Aportan y trabajan sin recibir remuneración ni tangible beneficio. Ayudar es el motor que les mueve, don de entrega a personas que sufren la carencia económica aunada a la carga de la diabetes o de una enfermedad ocular, el flagelo de una cama o el dolor de una fase terminal. Una silla de ruedas, pañales o una cama ortopédica, quizás. La valoración de cada caso se ejecuta con responsabilidad y respeto. Una carta de solicitud por parte del beneficiario es el primer paso del camino, que conlleva visitas y un interactuar directo con las familias y sus seres amados enfermos. “Lo que más me motivó es que verdaderamente se llega a quienes lo necesitan”, agrega la Presidente del Club al rememorar sus inicios por la ruta de los leones. Un lustro hace ya que este grupo provee, a su comunidad, exámenes de la vista, lentes, cirugías de ojos y préstamos de equipo ortopédico… aporte valioso, oportuno, ¡esencial! Su propulsora, la leona cartaginesa y asesora regional, Marta Eugenia Hidalgo, buscó a las personas para crear un nuevo Club de Leones. “Yo tenía en mente tanto Tejar como San Rafael, entonces la ilusión mía era de los dos sacar uno”. Doña Sonia Díaz Morales, líder comunal de El Guarco, fue su aliada. |
Con escepticismo inicial por parte de algunos y sin un lugar propio dónde reunirse, el proyecto avanzó. Les acompañó, por dos años, el padrino Club de Leones de Cartago. La juramentación llegó, y fue base sólida para el crecimiento en membresía y alcance de un grupo serio que, en 2017, celebra su primer quinquenio.
Rosa Iris Alvarez, quien presidió en doble ocasión, agradece la experiencia de ser leona y haber ayudado a tantas personas a lo largo de cinco años. Recuerda con peculiar sentimiento a una señora que velaba por ocho hijos. “Fue muy impactante el grado de pobreza. Nos dijo: -Vea, ¡no tenemos nada qué comer! En el primer super que había, les compramos un comestible”. Doña Rosa es administradora de empresas retirada, mientras que Doña Carmen, en su diario vivir, enseña matemática. Junto a ellas, 31 voluntarios más, contadores, amas de casa, comerciantes, educadores, secretarias y pensionados, dedican horas de su vida y sacrifican tiempo de ocio y familia con el único y noble propósito de dar. Asambleas generales y reuniones de comités. Preparativos, cafés, bingos, bailes. Los fondos son propios y, en ocasiones, retoño de la donación. Transparencia e ingenio resultan en actividades que generan capital: los leones participan pero nunca de manera gratuita. Ellos pagan su propia entrada, con altruismo y desprendimiento. En el horizonte vislumbran, junto a su constante deseo de hacer el bien, obtener el recurso económico para construir su cueva, local que les permitirá almacenar activos, archivar registros y reunirse a planear, laborar, hacer… todo con el fin de seguir, los leones, dejando su huella. |