por Rita Leiva
Un aguacero golpea el techo de la peculiar cabaña y hace el paisaje más acogedor y místico. Saltan a la vista en la oscura tarde, en un diseño armónico, los tonos de verde vegetal y las efímeras minúsculas ondas que las gotas dibujan sobre la pequeña laguna.
La escena hipnotiza los sentidos y despeja la mente. Y es que es cierto, el Jardín Japonés se disfruta más en la lluvia. Así lo afirma la experiencia de Jimmy Díaz, quien organiza y guía las visitas a este santuario de orquídeas y bambúes, pulmón de más de cuatro décadas, llamado Jardín Botánico Lankester. Y aunque el sonido envolvente de precipitación invita a quedarse y observar por horas los simbólicos caminitos de piedra, el vívido puente rojo y la diminuta isla de vida longeva y feliz, la curiosidad lleva los pasos de vuelta al sendero. Impresionante cambio de luz percibe la pupila ante el reflejo solar sobre las piedras blancas que cubren el suelo. Singulares plantas espinosas, de estructuras diversas, se roban la atención, mientras que los invernaderos protegen y exhiben especies ajenas al clima de Cartago. Es este el sector de cactus y suculentas, en el que Díaz nos cuenta, existe un microclima, maravilla de la naturaleza, donde la marca del termómetro sube, ligeramente, al compararla con otros sectores de las once hectáreas que cubre el jardín. Amplio se siente este rinconcito de plantas almacenadoras de agua… amplio, abierto y claro. Y en esa amplitud, el camino que lo cruza sigue y conduce al visitante en una gira botánica, dejando atrás las cactáceas y descubriendo ante el ojo otro tipo de vegetación: los helechos. No son helechos comunes, o pequeños, sino arborescentes… que, con varios metros de altura, sobresalen y obligan al rostro a mirar hacia arriba. Es como una mini-selva, con hojas variadas en tamaño, unas más altas que otras, verdor que atrapa al turista y le hace girar, en su pequeñez, 360 grados… para abrazar así todo el entorno. Pero el sendero ofrece más. Son las orquídeas las protagonistas del lugar… Decenas, cientos… miles de ellas… 20.000 plantas ejemplares, muestrario colorido que se luce en un abanico de 1.200 especies, paraíso extenso para los amantes de las plantas epífitas. |
Grandes invernaderos las albergan. Al ingresar, hermosas compiten al frente, a la derecha, arriba, abajo y a la izquierda. Donde quiera que se pose la mirada, una orquídea nos saluda, con un despliegue de pétalos, raíces y hojas.
En su ambiente natural, se valen de sus amigos y aliados, los troncos hospederos. En los 51.100 kilómetros de terreno que llevan por nombre Costa Rica, cada año se descubren, en promedio, diez especies nuevas, se escucha decir a la voz de Díaz. Mientras que, inspirado por su variedad y atractivo, el investigador Diego Bogarín nos habla de sus sospechas: hay densos bosques, profundos y frondosos, cubiertos por la generosa mano de las áreas protegidas, los cuales aún no han visto lentes de cámara ni tubos de ensayo… y allí, casi con certeza, se esconden orquídeas que, desconocidas, retan la inquietud científica. Abunda el saber acerca de estas plantas, pero es quizás mayor la información que, celosas, aún se reservan. Y es esa discreción de la flor nacional y otras tantas de su familia, la que hace cruzar océanos y fronteras a investigadores que encuentran, en este pedacito de tierra, un laboratorio para sus estudios, hecho de hábitat natural, árboles y genética. Y aunque constituyen ellas el eje central, es este un parque donde abunda la flora, edén de bromelias, palmeras y las familias del orden zingiberal, que lucen su particular morfología con representantes como el ave del paraíso, única y colorida. Cinco hectáreas de bosque húmedo premontano se regeneran, además, en el perímetro que nos abriga. A su propio ritmo, desde 1973, numerosas especies de árboles que tienen por hogar al Valle Central, se nutren de sol y suelo y regalan sombra, vida y belleza. Fuera del alcance del público en su mayor extensión, orgulloso protege el Lankester este espacio forestal que acoge creciente flora y fauna. El año anterior, 35.000 turistas cruzaron el umbral de este centro de ciencia, paisajes y flores… 20 mil más que diez años atrás. El 80% de ellos son ticos que, día a día, saben capturar en el Jardín Botánico Lankester, un momento de felicidad, de relajación, de paz. |