por Rita Leiva
Intenso brilla el sol y marca las 11:14 el reloj ¡Arrancan cimarrona y mascarada! Una niña acaricia la cara del “gigante” frente a un puesto de hortalizas orgánicas. Detrás suyo, ventas de comida sana y, a lo largo del pasillo, un hormiguero de visitantes que exploran los productos de pequeños emprendedores, como aderezos, ungüentos y chocolate.El Festival Cultivando Pura Vida celebra así un año más de trabajo a favor del agro, la salud, el ambiente y la economía familiar en el Centro Nacional
Especializado en Agricultura Orgánica del Instituto Nacional de Aprendizaje, al pie del Volcán Irazú, en La Chinchilla de Oreamuno. Es la segunda vez que la institución recibe a la comunidad en un evento agroecológico y de manejo integrado de residuos, pero son 20 los años que suma en su esfuerzo por promover la agricultura sostenible. Su inicio tiene por fecha, agosto de 1996. “Cuenta la primera directora, doña Carmen Durán, que al principio ¡había que traer a la gente! No querían ni venir, costaba mucho”, recuerda el actual director, Fabián Pacheco Rodríguez. “Ahora es bonito ver que entran los buses, llenos. Vienen personas de todo el país: Limón, Pérez Zeledón, Ciudad Colón, Heredia”. Son cerca de 1.500 por año, pensionados, agricultores, indígenas, mujeres, que se nutren de saber en las 17 hectáreas del Centro bajo la guía de 14 profesores que les enseñan de lombricultura, abonos, agropecuaria y todo un abanico de temas en módulos cortos. Aprenden también haciendo, a través de programas que, por varios meses, los ligan con aulas, laboratorios y huerta. |
La naturaleza tiene mucho qué enseñarles. Jacó Ramírez Redondo, asistente del Laboratorio de Extractos Botánicos, destapa grandes frascos con sustancias de aromas particulares como albahaca alcanforada. “Lo que hacemos acá es extraer principios activos de las plantas y convertirlos en bioinsumos para manejar plagas como insectos, bacterias y hongos”. Esto evita la contaminación con agrovenenos.
En otro aposento, se halla un mueble con pequeñas gavetas y, en ellas, un despliegue de insectos: la colección entomológica especializada. “Aquí tenemos un registro para uso agrícola”, explica Ramírez. “Si una persona llega y nos dice Mirá, yo tengo este insecto. ¿Podés ayudarme a identificarlo?, buscamos determinar si es beneficioso, está de paso o es un problema para dar así las recomendaciones para atraerlo o controlarlo”. Las lecciones continúan en el Laboratorio de Fitoprotección. “Es una experiencia bonita”, afirma el profesor Ronny Cortés Paniagua, “porque el agricultor que maneja el tema de plagas de manera empírica, puede de ver el hongo que enferma sus cultivos en el microscopio, aislarlo y hacer pruebas para comprobar que hay hongos benéficos que ayudan al control de los patógenos”. A la formación se suman las asesorías gratuitas, con análisis de muestras de suelo, agua, plantas y abonos orgánicos para evaluar su calidad y ayudar a las cosechas. Toda esta labor se conjuga con la investigación, con una sola meta: regresar a la tierra, a la agroecología, a eso que Pacheco logra resumir como “un estilo de vida, que conecta el huerto y la cocina, en un constante ciclo de nutrientes”. |